Compromiso Incumplido
viernes, 29 de mayo de 2009 by R@S
El Vocero
Pedro Rosselló
El 28 de julio de 1898, tres días luego de que las tropas americanas desembarcaran en el pequeño pueblo de Guánica durante la Guerra Hispanoamericana, el general Nelson A. Miles, comandante de la Armada, hizo una proclama ante el pueblo puertorriqueño. Lo que sigue es una cita de la declaración de Miles sobre las intenciones de su nación en cuanto a esta nueva colonia conquistada:
En la persecución de la guerra contra el Reino de España por el pueblo de los Estados Unidos, por la causa de la libertad, la justicia y la humanidad, sus fuerzas militares han venido a ocupar Porto Rico...
No han venido a hacer guerra contra la gente del país, que ha sido oprimida por siglos; si no por el contrario, a traer protección, no sólo a ustedes mismos pero también a su propiedad, a promover su prosperidad y conferirles las inmunidades y bendiciones de nuestras instituciones y gobierno liberales e iluminados... [La cita de Miles aparece en The Supreme Court and Puerto Rico: The Doctrine of Separate and Unequal, por Juan R. Torruella; Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1985.]
Más de un siglo después, se escucha en los pasillos de la historia el eco vacío de aquella promesa de “inmunidades y bendiciones”. La promesa aún es un compromiso incumplido -un recordatorio constante y doloroso de que al máximo campeón de la democracia para la raza humana aún le queda un asunto de su democracia por resolver. La causa de la libertad, la justicia y la humanidad comienza en la casa.
Más de 100 años luego de que sus habitantes recibieran la afirmación sobre las “instituciones liberales” establecidas por la Constitución estadounidense, Puerto Rico aún permanece (según las palabras de un prominente, pero desilusionado académico) como “la colonia más antigua del mundo”. Mientras, la retórica legal de EE.UU. continúa insensiblemente tratando la relación del territorio con el resto de la Nación como una “extranjera en el sentido doméstico”, lo que en sí significa “separados y desiguales”.
Si evaluamos cándidamente las prácticas administrativas federales hacia Puerto Rico durante el ‘Siglo Americano’, tenemos que reconocer que el ‘Tío Sam’ fue un patrón algo desatinado. Su interés y atención hacia la Isla fluctuaron ampliamente. Pero en general, el ‘Tío Sam’ apoyó las aspiraciones puertorriqueñas infinitamente más de lo que jamás las apoyó España, la Madre Patria. Aún así, y mientras el centenario de la Guerra Hispanoamericana va cayendo en el olvido, el pueblo de Puerto Rico, desde la perspectiva de sus derechos civiles, subsiste como un hijastro, privado de sus derechos plenos dentro de la gran familia americana.
Sólo de cuando en vez (y bajo ciertas condiciones) se nos bendice como sus semejantes. Desde el 1898, el personal militar estadounidense proveniente de Puerto Rico ha sufrido pérdidas en combate que exceden por mucho la proporción poblacional de Puerto Rico al compararse a la de Estados Unidos. Cuando estalla una guerra, a los puertorriqueños se les libera repentinamente de su condición de ‘hijastros’ y se les lanza al grueso del conflicto. Cuando se trata de perder vidas y sufrir heridas, de repente los puertorriqueños son tan “americanos” como los demás. Pero en un sinnúmero de otros asuntos, rutinaria e implacablemente, se nos despacha como “extranjeros en el sentido doméstico”.
En el 2003, Puerto Rico celebró otro triste hito de su interminable ruta hacia la autodeterminación. Ese año, rompimos el récord de 104 años que mantuvo Oklahoma de permanecer en el limbo territorial. Ninguna posesión de los EE.UU. jamás ha tenido que esperar tanto como hemos esperado nosotros para que se le extendiera la independencia o se le admitiera como estado de la Unión. Por casi la mitad de la historia de la Unión, hemos sido el ‘patito Feo’ en el nido del águila americano. Durante todo el siglo XX, hemos estado sentados al margen observando cómo media docena de ‘pichones’ en ese mismo nido se han convertido en ‘cisnes’. Hemos estado observando y preguntándonos, ¿Cuándo le llegará el turno a Puerto Rico?
El proceso de convertirse en ‘cisne’ no es un misterio. Desde que las 13 colonias originales ratificaron la Constitución, 37 jurisdicciones adicionales se les unieron como estados. Treinta y siete comunidades de ciudadanos americanos han luchado un arduo proceso de autodeterminación. Mientras que Nosotros, el Pueblo de Puerto Rico hemos ido lidiando con este proceso (incluyendo todo el escrutinio federal que conlleva), nos hemos percatado de que no hay nada nuevo en cuanto a los asuntos y preocupaciones que se generan en este respecto.
Virtualmente todos los que han aspirado a convertirse en estado, al igual que nosotros, han confrontado un escrutinio intenso en cuanto al impacto económico de cambiar su status; el papel que desempeña el idioma y la cultura dentro del entorno político nacional; y cómo se afectaría el balance del poder partidista al admitirse un nuevo estado a la Unión. Al igual que en el pasado, todos estos asuntos se han atendido y debatido, siempre resolviéndose con éxito a favor del interés nacional.
A fin de concentrarnos en el problema que examinamos, tenemos que hacernos algunas preguntas pertinentes:
* ¿Por qué y cómo Puerto Rico se hizo ‘parte’’ o ‘posesión’ de Estados Unidos?
* ¿Por qué el acertijo de nuestro status político ha persistido por tanto tiempo?
* ¿Cuáles son las alternativas válidas para resolver ese acertijo?
* ¿Es constructiva alguna de esas alternativas?
* ¿Por qué Estados Unidos, que se fundó por una rebelión en contra del colonialismo, no ha sido capaz o no ha estado dispuesto a deshacerse de su rol de potencia colonial, aún cuando existe un acuerdo universal entre sus líderes de que la esencia de la Nación es la de una república democrática y no la de un ‘Imperio Americano’?
* Y, por último, ¿qué debe hacerse finalmente para atender el asunto más conspicuo en la lista de asuntos inconclusos de la democracia americana?
Estas preguntas, entre otras, habremos de examinarlas a fondo en nuestras próximas columnas.
Esta es una de varias columnas adaptadas en serie del contenido del libro ‘El asunto inconcluso de la democracia americana’ (2009). El autor es profesor universitario